Una de las preguntas que más me han hecho —y que yo misma me hice durante mucho tiempo— es esta: “¿Y tú, de qué estilo eres?” Parece una cuestión sencilla, pero para quienes pintamos desde la necesidad de expresarnos, elegir un estilo no siempre es una decisión clara ni definitiva.
En mi caso, he transitado por distintas formas de pintar. Empecé con el óleo figurativo, casi como quien aprende a mirar el mundo a través de los detalles.
Más adelante, el arte abstracto apareció como una puerta abierta a todo lo que no sabía poner en palabras. Y en ese vaivén, fui descubriendo no solo técnicas, sino también partes de mí.
Si tú también estás en ese momento de búsqueda, tal vez te preguntes cuál es la diferencia entre arte abstracto y figurativo, o incluso si hay que quedarse con uno solo.
Este texto no pretende darte una respuesta exacta, pero sí compartirte lo que he vivido y lo que he ido aprendiendo mientras trataba de encontrar —o construir— mi propio lenguaje.
El óleo figurativo: una manera de mirar con calma
Cuando empecé a pintar con más constancia, lo figurativo fue casi un punto de partida natural. Me gustaba observar, detenerme en los pequeños gestos, en la forma que tienen las cosas de ocupar el espacio. Pintar lo que veía me ayudaba a ordenar el mundo, a entenderlo desde otro lugar, más silencioso, más íntimo.
Dentro de los tipos de pintura al óleo, el figurativo tiene algo muy especial: te obliga a observar de verdad. No basta con mirar por encima. Hay que fijarse en la luz, en las sombras, en los volúmenes… y sobre todo, en lo que pasa entre lo que está y lo que se intuye.
Durante un tiempo, esa forma de pintar me ofreció un ritmo que necesitaba. Me daba estructura, me anclaba. Cada cuadro era casi como una conversación con lo real, aunque también empezaban a colarse pequeñas licencias, espacios que no querían ser del todo “correctos”.
Con el tiempo, me fui dando cuenta de que el figurativo no era una jaula, sino una base. Algo desde donde partir para seguir buscando.
El arte abstracto: cuando el gesto habla más que la forma
Llegó un momento en que necesitaba soltar. Pintar ya no era solo observar lo que tenía delante, sino dejar salir lo que estaba dentro. Fue entonces cuando el arte abstracto se me presentó casi sin pedir permiso.
Al principio no sabía muy bien por dónde empezar, pero entendí que en este lenguaje no se trataba tanto de representar, sino de sentir.
A diferencia de otros estilos de pintura, el abstracto no exige que algo “se entienda”. Hay libertad para explorar la textura, el color, el trazo, sin que haya una figura que lo ordene todo desde fuera. Eso puede dar vértigo… pero también una sensación muy viva de conexión.
En mi caso, fue una forma de escuchar el cuerpo, de pintar desde otro lugar. Empezaron a aparecer composiciones más intuitivas, más físicas, a veces más crudas. Y entendí que no hacía falta explicar cada cuadro.
Que podía pintar sin contar una historia cerrada, y aun así transmitir algo profundo.
No dejé el figurativo. Simplemente, empecé a dejar espacio para otros lenguajes, para otras formas de decir. Y eso también es elegir.
¿Hay que elegir entre uno y otro?
Durante mucho tiempo sentí que tenía que definirme. Como si ser artista significara encajar en una etiqueta clara: o haces figurativo, o haces abstracto. O te quedas en un camino, o estás “desorientada”. Pero con el tiempo me di cuenta de que esa presión no venía de dentro, sino de fuera.
El estilo, al menos para mí, no es algo que se elige un día y ya está. Es algo que se va construyendo, que cambia con lo que vivimos, con lo que sentimos, incluso con cómo estamos físicamente. Hay épocas en las que necesito estructura, contención, una imagen reconocible. Y otras en las que solo quiero dejar que la pintura respire por sí sola, sin guías.
No hay una sola forma de hacer las cosas. Hay artistas que encuentran su camino en un estilo muy definido, y otros —como yo— que prefieren moverse, probar, volver atrás, mezclar. Y está bien. Porque el arte no es una línea recta. Es más bien un mapa que se dibuja a medida que lo recorres.
Lo que me ayudó a descubrir mi camino (y quizá te ayude a ti)
Si estás en ese momento en el que dudas, en el que pruebas distintos caminos y no sabes si vas bien o si deberías «elegir ya», solo puedo decirte que yo también pasé por ahí. Y que esa confusión también forma parte del proceso.
A mí me ayudó mucho dejar de pensar en términos absolutos. Comprender que no tenía que decidir entre uno u otro, sino escuchar lo que necesitaba expresar en cada momento.
La diferencia entre arte abstracto y figurativo no está solo en la forma o en el resultado, sino en el punto de partida, en la intención. Y ambas formas pueden convivir si tú lo necesitas así.
También me ayudó observar qué repetía sin darme cuenta: ciertos colores, ciertas composiciones, ciertos gestos que volvía a pintar incluso sin proponérmelo. Ahí hay pistas.
Del mismo modo, explorar distintos tipos de pintura al óleo me permitió entender qué materiales me hacían sentir más cómoda o más libre. A veces ese detalle técnico también puede ser una brújula.
Y por encima de todo, me sirvió confiar en que el estilo no es una meta que hay que alcanzar, sino algo que se revela poco a poco, mientras pintas, mientras vives. Sin prisa. Sin presión.
No es tanto elegir un estilo, sino reconocerte en lo que haces
No hay respuestas únicas ni caminos rectos. A veces, el estilo no se elige: se encuentra. O mejor dicho, se reconoce, como cuando ves algo tuyo en lo que acabas de pintar. Y ahí, en ese momento, ya estás más cerca de casa.